Cuando finaliza el siglo de las vanguardias y de las rupturas artísticas del posmodernismo no deja de resultar curioso encontrarnos en las librerías, entre las novedades, con un grueso volumen de casi quinientas páginas que da cuenta del soneto, esa férrea armadura de versos para atrapar el pensamiento y el sentimiento. Hablamos de Un siglo de sonetos en español, recopilado por el poeta y editor Jesús Munárriz. Cuatrocientos cincuenta y tres autores y sonetos, a soneto por autor. Poetas de las dos orillas: Los Machado, Juan Ramón, Lorca, Miguel Hernández, Blas de Otero junto a Neruda, Cortázar o Borges. Poetas de muy distinto signo como Eduardo García, Silvia Ugidos o Carmen Jodra, compartiendo lo universal de la lengua, la alquimia de la tradición de Garcilaso y Góngora. Pero catorce versos no son siempre soneto en este volumen. Encontramos sorprendentes variantes, tal y como afirma Munárriz: ”hay sonetos de diferentes medidas, tanto a lo ancho como a lo alto”. Así encontramos variedades compuestas por versos de dos sílabas, o de tres o incluso de dieciséis. De trece versos o de más de veinte, incluso sonetos prosificados. O algún otro al revés, en el que los tercetos se han impuesto a los cuartetos. Sonetos en español, ortodoxos y heterodoxos, blancos y rimados, de autores que lo han cultivado con profusión y de otros que sólo han escrito uno, la muestra. Sonetos de hombres y de mujeres, de maestros y de poetas que empiezan. Violencia geométrica. Rigor y desafío de los catorce versos para atrapar un instante de vida. El vuelo fugaz de una idea en el corsé medido de la tradición. ¿Qué tiene el soneto para que se siga escribiendo? ¿Cómo encerrar las coordenadas de nuestro mundo en la filigrana arquitectónica de los catorce versos? ¿Puede ser el soneto la reválida de los poetas? O un estrambote añadido al artificio poético. |